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lunes, 3 de mayo de 2010

Somos Rickson

Yo soy Rickson, y también lo son los otros veintitrés en este cuarto.

No es coincidencia que todos nos llamemos igual, pues somos idénticos en todo el sentido de la palabra. Tenemos los mismos gestos, las mismas marcas, el mismo acento y hasta el mismo sentido del humor. Jamás en mi vida hubiera imaginado presenciar algo tan extraño, fascinante y a la vez macabro. Es como verse frente a un espejo caprichoso, decidido a reflejar lo que le venga en gana para su diversión y mi angustia.

La razón por la que estoy es otra cosa que comparto con los demás. Fui “recuperado” por las autoridades, ejércitos y agencias de inteligencia capitaneadas por las universidades e institutos mas prestigiosos del mundo. La verdad es que fui secuestrado, a falta de un eufemismo mas adecuado. Tenía una vida placentera, viajando alrededor del mundo e ingeniándomelas en el camino hasta que me arrebataron mi libertad. Lo peor de todo es que, sin ella, debo afrontar el hecho de que mi memoria y recolección de ciertos eventos no pasa de cinco años atrás. Intentar proyectar mi mente más allá de esa barrera no produce jaquecas, hipertensión ni nausea. Nada. Sólo hay oscuridad donde se supone deberían estar los rastros de una vida ya vivida.

Todos los especialistas que nos han entrevistado en esta maldita cárcel de paredes blancas intentan descifrarnos. ¿Somos clones o somos duplicados? Pensaba que ambos se trataban de la misma cosa, hasta que un día accidentalmente escuché una plática entre unos académicos. Si mi memoria no falla, un clon se refiere únicamente a la réplica física de una persona, ya que una reproducción artificial de su personalidad sería improbable; un duplicado es algo mucho más complicado, algo aterrador e imposible.

Según las hipótesis, nosotros los veinticinco Ricksons podríamos pertenecer a un fantástico “multiverso”, o peor aún: es posible que tengamos la capacidad para reproducirnos como lo harían las células del cuerpo, a través de un proceso llamado “mitosis”. Esto significaría que, de una noche a otra, podría despertar en un cuarto lleno de cincuenta Ricksons, o peor aún, con una masa embrionaria engendrándose de mi cuerpo. De ser así, mi mente no lo soportaría.

La verdad es que conocer mi origen no me inquieta ni me interesa. Mis hermanos –si así puede llamárseles- concuerdan conmigo, pero no tenemos a dónde ir, a quién acudir ni derechos con qué defendernos. Somos conejillos de indias. Queremos vivir.

El estar aquí es una tortura que nos asfixia. Nos obliga a hacernos preguntas que preferiríamos enterrar. Somos los esclavos de hombres que nada nos deben, las respuestas a acertijos que sólo locos se atreven a confrontar.

Somos Rickson, a falta de otra elección.

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