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martes, 18 de mayo de 2010

El Ángel de Cenizas - Parte 6

La cocina secretaba la bienvenida esencia de comida casera hasta el modesto comedor para seis, perdiendo intensidad conforme recorría otras áreas de la casa. La mesa de patas negras y cuerpo de cristal llevaba acolchados manteles con patrones de girasoles pintados en acuarela, presumiendo colores que hacían conjunto con el frutero que fungía de centro. Los azulejos blancos con angulares motivos grises, junto con tonalidades albinas en las paredes, hacían pareciera un cuarto más grande. Sólo unas alacenas altas rompían la ilusión.

Freya, Tobías -su hermano menor- y su papá ocupaban sus lugares esperando los sagrados alimentos. El segundo procuró distraer a su cerebro tanto de su nariz como de su estómago. Comenzó a platicar.

-Lo más probable es que quede en el equipo de baloncesto después de todo.

-¿En serio? -preguntó el padre.

Freya puso cara de incredulidad.

Tobías había luchado demasiado por ese lugar en la selección escolar. Cursaba la preparatoria en el mismo plantel que su hermana, con tres semestres de diferencia. Era extrovertido a un nivel sensato. Dicha extroversión, no obstante, era difícilmente lo opuesto a la melancolía taciturna de Freya. Aún así tenía más amigos, más popularidad y más oportunidades que ella, quien en ratos se encontraba envidiándolo. A ella no le faltaba la motivación para hablar de su vida; el vértice del problema era que no había nada interesante qué relatar con respecto al tema.

Fue en uno de sus momentos de autolástima que el papá intervino con una pregunta.

-¿Y tú que me cuentas, hija?

Freya se rió en lo que su voz interior profesaba lo tanto que odiaba esa pregunta. Era la clase de pregunta para la que solo tenía respuestas corteses y forzadas. Ensayadas. A final de cuentas sólo habló de pequeños e insignificantes eventos del día sin ningún arreglo. No faltó segundo que no desease que la tierra se la tragara, ni faltaron palabras de agradecimiento que no pensara cuando terminó.

Su papá escuchó con una sonrisa detrás de la que se escondían esperanzas de ver la juventud en ella realmente florecer. Esta paternal y obvia falacia hizo desear a Freya tener una vida digna de relatar. Por supuesto, estaba su romance con Marco, pero ¿cómo reaccionarían si su familia se enterara? ¿se molestarían? ¿se alegrarían?

-¿No vas a comer?

Cinco minutos pasaron a una velocidad de medio minuto por parpadeo. Su madre había servido la comida –filetes con una papa horneada- a cada uno; hasta habían empezado a comer deliciosos y tiernos bocados. Se tuvo que disculpar y asegurar su buen estado de salud con mucha insistencia y pena antes de unirse al festín.

La carne tenía un sabor exquisito. Era la clase de sabor que no sólo satisfacía, sino que alegraba. Sabía a calidez humana.

-Qué bueno que les guste. -dijo su madre, recogiendo halagos en la mesa.

Freya curiosa comenzó a proyectarse en el futuro como un sinónimo de su madre: dadivosa, paciente, caritativa, una musa de hermosura mundana. No evitó preguntarse si Marco sería parte de dicho panorama, pero sí tuvo la madurez suficiente para entender que aquél pensamiento era precoz e inoportuno. Se dio por ello a la tarea de escuchar la hosca narrativa de mesa de su padre, para apartar las impertinencias de su mente.

Lo más curioso fue que, una vez terminó él, todos bajaron los cubiertos como si bajaran la guardia. Miraron a Freya atentos. ¿Qué sucedía?

-Te ves inquieta. -el hermano notó. Los padres se le unieron.

Ella se hubiera descrito mejor como distraída. No había hecho más que pensar y pensar durante la comida. Comprendió mejor las cosas cuando empezó a hablar en forma casi involuntaria.

-Tengo una amiga en la escuela. Anda con un muchacho más grande que ella.

-¿Mayor? ¿Por cuánto?

-Unos cinco años. Se ven después de clase.

-¿Y crees que eso está bien?

La pregunta tenía peso de regaño.

-La verdad no sé. Ella está muy contenta.

-Pues sí. Pero un muchacho así de grande no puede tener muy buenas intenciones, y más ahora que los jóvenes parecen tener la sexualidad a flor de piel. Se pueden enfermar. O ella puede salir embarazada. ¿Te imaginas?

Freya no tuvo respuesta para eso. La cara se le puso color jitomate.

-Hazle caso a tu mamá. –agregó el papá. -No se te vaya ocurrir hacer una cosa así.

-Mira. -Mamá se tomó un respiro. –No está mal que les gusten muchachos más grandes, pero no se pueden prestar a esas cosas. Si fuera alguien de tu edad estaría bien, siempre y cuando te dieras a respetar. ¿Sí?
Los labios de la todavía –y quizá por siempre- princesita se levantaron para formar una sonrisa.

–Está bien, mamá.

Así continuó la comida. Era como si nada hubiese ocurrido, salvo por las miradas sospechosas de Tobías que Freya combatió con ojos defensivos.

La muchacha regresó su atención al filete que terminó de comer en un santiamén, apenas disfrutándolo en lo que una semilla de rebeldía retoñaba en ella. No veía forma de estar de acuerdo con su mamá, quien mas por pesimista que por anticuada recitaba tales posturas sobre un amor desconocido. No se le podía culpar; Freya había sido intencionalmente ambigua, cosa que ya no importaba. Lo que existía entre Marco y ella era un tesoro que sobrepasaba los límites de la carnalidad; no había lugar para objetividad en su descripción. Sin embargo, llevaría la opinión no muy acertada de su madre en mente por el resto del día, si acaso para agradecer que lo suyo no sucedía como ella lo describió.

La enamorada furtiva dio gracias por los alimentos, se disculpó con una breve reverencia y se dirigió a su recámara. Sus padres vieron la oportunidad de su ausencia para continuar comentando sobre la ficticia conocida de Freya y lo inapropiado que se podía volver aquello de su amorío. La discusión estaba en el umbral de una rabieta moralista cuando el hijo intervino, señalando lo que parecía ser un gris misterio esparcido al final de la mesa.

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