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lunes, 31 de mayo de 2010

El Ángel de Cenizas - Parte 8

La última pieza del concierto se tocó muy a prisa, pero con suficiente cuidado para evitar cometer errores importantes. La despedida de Marco se firmó en similar medida: un agradecimiento breve y carente de emoción. Marco anunció también un intermedio y el nombre del próximo músico; luego tomó su instrumento y se retiró a camerinos antes de salir proyectado fuera del auditorio. Tuvo que surcar un mar de admiradores en el vestíbulo para poder salir.

-¡Estuviste genial!

-¿Cuándo te volveremos a ver?

-¿Nos tomamos una foto?

Marco se hizo de oídos sordos y abrió las pesadas puertas de cristal del auditorio. Afuera se encontró con el acostumbrado paisaje de árboles resecos y autos del estacionamiento. No miró a Freya sino hasta que se alejó unos metros del edificio. La encontró sentada en la pieza de concreto en que estaba grabado el nombre del lugar. A pesar de no ser éste un letrero muy alto, sus pies no alcanzaban el césped y quedaban colgando. El músico se alegró por encontrarla tan rápido, aunque su mirada perdida y desilusionada lo ponía nervioso.

No tenía idea de qué decir o hacer, salvo por recostar su guitarra contra el monumento donde ella se sentaba. Ni siquiera contempló la posibilidad de su aparición en el último concierto; de hecho, no esperaba que llegase a ser tan linda y atenta como para darle una bella sorpresa. No esperaba que Freya continuase siendo Freya con la esperanza de encontrar la situación “ideal” para darle la mala noticia.

Justo entonces él comprendió el miedo que le instigaba admitir su error. Jugó con su corazón y la engañó con artimañas y negaciones. La verdad era que muy pronto viajaría al extranjero para mejorar su música. No volvería a verla, lo más seguro.

No había marcha atrás, así que se sentó junto a Freya y se preparó para el momento más difícil de su vida en mucho tiempo.

Freya lo vio desde el rabillo del ojo, manteniéndose callada esperando algo de parte de Marco. No tuvo más remedio que tomar la palabra con tono sutil.

-¿Cuándo te vas?

-En tres días.

-¿Cuándo me lo ibas a decir?

Ella lo miraba con ojos vidriosos.

No hubo respuesta. Marcó evitó hacer contacto visual, perdiendo la voz momentáneamente. Freya continuó.

-No se cómo me siento ya. Te quiero rasguñar, gritarte, abofetearte, lastimarte. Quiero llorar, ¿y para qué? Vas a irte de cualquier forma, aunque tengas que subirte a rastras al avión.

Marco agachó la cabeza. Todo indicaba que ella ya sabía –o sospechaba- sobre su partida. Hubo un enorme y endemoniado silencio entre los dos, aunque sus corazones se gritaban sin tregua el uno al otro.

-Quise avisarte desde mucho antes… y disculparme. –explicó.

Estaba tan confundido. ¿Había sido todo un error? ¿Había valido la pena? Los últimos dos meses fueron algo tan nuevo y puro para él; pero para experimentarlos, tuvo que jugar con un corazón ajeno. Había cometido un crimen, y era acusado ahora por su conciencia por cargos de infinito egoísmo. Sin embargo, una parte inexplorada de él no se arrepentía del todo, y no la consideraba podrida y maléfica sólo por no adelantarse en su juicio.

Conociendo las consecuencias, sabía que tomaría la misma decisión.

-Te irás, te perdone o no. –repitió Freya.

-Pero tengo la oportunidad de enmendar las cosas.

-Para que el único peso que te lleves sea el de tu equipaje, ¿verdad?

Esa respuesta hería. No tuvo respuesta.

Freya dejó que la gravedad le jalase el cuerpo al césped bajo sus pies. Dio unos pasos agigantados e infantiles hasta pararse frente a Marco. Descansando sus manos en la base de su espalda, exhaló un huracán en lo que balanceaba su peso enfrente y atrás en las botas que compró vendiendo cosméticos. Portaba una resignación enigmática, como una mujer probándose el vestido de novia, pero a la vez con una hermosa mirada caída. Sus ojos recitaban himnos a amores liberados.

Por el más mínimo e inconsecuente de los momentos, el mundo se volvió Freya.

-No te voy a detener; no te puedo detener. No te voy a odiar; no te puedo odiar. Nada me gustaría más que despertar y darme cuenta que todo esto fuera algo así como un mal sueño… pero no será así, siendo que ya me pellizqué varias veces. De nada sirve aferrarme a ti por lo terrible que sería para mi conciencia.

Freya se esclareció la garganta.

-Te debo tanto. Te recordaré tanto. Ojalá me recuerdas igual. Te voy a llorar varias noches y te extrañaré otras más.

A Marco se le hizo un nudo en la garganta. Lo último que había dicho era un verso de sus propias composiciones.

-De verdad los muchachos mayores no pretenden nada bueno. -dijo Freya, citando la filosofía de comedor de su madre después de una risita lastimosa, rígida y fingida.

El único propósito en la mente de Marco se volvió el recitar todos los perdones que conocía. Había sido completamente conmovido por aquel amor juvenil, puro, vulnerable e inocente. Empezaría por tomarla de los brazos y susurrarle disculpas inútiles, para luego hacerle saber el pésimo ser humano que era él por haberle mentido. Acto seguido, le recordaría todas sus cualidades y virtudes como Isaacs describió a su beldad ahora inmortal. Le diría que era la envidia de toda mujer y el deseo de todo hombre. Le diría el gran futuro que le esperaba como amante y mujer.

Cuando sus palmas se acercaban al cuerpo de Freya con la mera intención de acariciarlo, se detuvo abruptamente. Ella dio un paso atrás para evitar el contacto con él, preguntándose también qué lo llevó a detenerse.

La razón fue un curioso misterio con textura de aserrín, que besaba como la arena. Marco no podía creer lo que sus ojos veían en sus manos. Freya reaccionó igual hasta que observó su propia mano por mera curiosidad. Sonrió enigmáticamente ante lo que descubrió.

No tenía las manos sucias ni resecas, pero sus dedos desprendían un cálido polvo. Marco tomó cuenta de esto y se talló los dedos por puro instinto, notando que el residuo era gris y liviano; el viento ni siquiera soplaba con fuerza y este polvo tomaba vuelo.

Marco intentó limpiarle las manos a su amor usando sus pulgares, motivado por una creciente intriga.

El polvo se volvía más y más obvio.

Éste se acumulaba y se dispersaba. Finas películas se volvían terrones hasta que piel suave se transformó en relieves grises. Freya agitó los dedos un poco.

Su mano se deshacía en terrones.

El viento sopló furioso antes de que Marco comprendiera qué pasaba. Freya comenzó a desmoronarse a una velocidad imposible. No obstante, la mujercita miraba su ser desintegrándose con un aura solemne y plena. Contrastaba con la confusión y desesperación de su mentiroso amado, la cual quería enmendar con un ademán de sus manos, pero estaban demasiado frágiles para eso.

Ya fuese por retribución divina o karma, los roles se invirtieron y quien terminaría partiendo sería alguien más.

Freya pretendía decir un último adiós, pero con su cara también disolviéndose en ceniza se limitó a sonreír. Los ojos de Marco se volvieron ventanas a sendas emociones, llorando con intensidad y abalanzándose sobre una Freya que no sería más. Se puso de rodillas y la abrazó por la cintura.

Su cabello se ensució con los restos finales de lo que fueron los dedos y manos del ángel de cenizas. No pudo evitar gritar su nombre una y otra vez hasta que Freya, como Elías en el Jordán, regresó al cielo en un torbellino mientras que Marco continuó sintiendo el ardor de sus errores, el peso de la derrota y el vacío del arrepentimiento, todo estrujándolo como la mano iracunda de Dios.

Una vez terminada la función de trova, quienes atendieron juran haber visto a Marco fuera del auditorio, abrazando un puñado de tierra y llamándolo entre llantos por un nombre que nadie conocía. Con su sedoso cabello ensuciado por cúmulos de lo que parecía ser ceniza, gritaba el nombre de Freya.

Nadie respondía.

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