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miércoles, 26 de mayo de 2010

El Ángel de Cenizas - Parte 7

Marcó abrió la noche de trova con una pieza de Serrat, tocada con un estilo personal y hermoso. A pesar de tomarse libertades en su ejecución, no había nota exagerada o de sobra en los vibrantes arpegios que rodaban de sus dedos. Cada uno daba algo qué agregar y complementar a la canción, haciéndola exquisita y pura en honor a su compositor.

El sitio donde se interpretaba esta pieza era el teatro de un modesto pero bien amueblado centro cultural. No disponía de la mejor acústica pero si de un sereno ambiente. El plató no estaba decorado, y la verdad es que no hacía falta. Marco y la guitarra de su abuelo eran el centro de atención del público, y sobre todo de Freya, escondida en las esquinas del público y los ojos del trovador.

Ella quería dar contagiosos saltitos de felicidad. Se sentía con ganas de alzar los brazos al aire y gritar que aquel encanto de hombre era su novio; o mejor aún, de subir al escenario y sentarse junto a él. Gracias a Dios era prudente, así que afianzó las uñas a su asiento y esperó al final de la canción. Su aplauso fue el más vigoroso de todos, al punto que se pudo haber lastimado las manos. También fue la más atenta cuando, una vez acabaron los aplausos, Marco se acercó al micrófono para hablar. Fue interrumpido al principio por algunas desconocidas jóvenes en la primera fila, gritando y saludando. Más que encelar a su novia, la ponían insegura.

-Quiero agradecerles por su compañía esta velada. –eventualmente dijo. -Significa mucho para su servidor que me regalen algunos minutos de sus vidas como lo hacen ahora. He amado la guitarra desde hace mucho. No les puedo decir si es destino o genética, pero si les diré qué es: realidad.

Freya se agarró las rodillas y no por la emoción. Algo no andaba bien.

Marco continuó dando un discurso que intentaba pasar por facundo y natural. Sin embargo, estaba ensayado, expresando emociones de cartón sentidas por un corazón mentiroso. El único momento que tuvo autenticidad fue el final.

-Éste es el último concierto que tocaré para ustedes. Ya no nos veremos en mucho tiempo, pero quiero llevarme un trozo de su calor conmigo, y de ésta la tierra que me vio nacer y crecer.

La atención del público se partió entre la sorpresa del anuncio y la dolida reacción de una muchachita en las filas de atrás. Sus dedos se rizaron para formar puños emblanquecidos.

Marco podía reconocer aquellos ojos cafés en la penumbra que cobijaba al público; brillaban con una aflicción de la que él era totalmente responsable. No obstante, lejos de expresar expresaban odio, hablaban de una fulminante amargura.

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