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jueves, 29 de abril de 2010

El Ángel de Cenizas - Parte 2

El primer periodo de clases había llegado a su conclusión, o al menos eso hacía saber la campana que con su timbre alcanzaba todo rincón de la preparatoria. Freya exhaló un alongado bostezo en lo que se ajustaba el suéter del uniforme. Después puso los codos en la paleta de su pupitre y descansó su quijada en sus palmas. La clase de psicología había sido tan interesante como el camino a la escuela y la subsecuente llegada tardía por culpa del tránsito matutino. Freya ya sentía pena sin que su padre tuviese que recordarle lo tarde que se le había hecho por tantas distracciones; sin embargo, tampoco era un caso que le causase mayor remordimiento. Todo recaía en ser más eficiente a la hora de levantarse.

A Freya siempre le había interesado lo contagioso que eran los inútiles frenesíes de la tardanza y negación de la impuntualidad. Cientos de personas navegaban ríos de asfalto y señalamientos viales desde sus caparazones de acero, deseando retrasar el tiempo o maldiciendo al aire. No tenía sentido alguno; de hecho, todo aquello tenía un curioso paralelo con el reto de la emigración del salmón. Sin duda la amplia gama de consecuencias derivadas de la prisa era mas irresponsable que la tardanza misma. Estar consciente de esto hacía mas sinceras las disculpas de Freya con los maestros; después de todo, no era algo que se reflejaba en su comportamiento o calificaciones. Era una excelente alumna.

Sin nada qué hacer hasta el inicio de la clase de química, se enredó el dedo en un mechón de cabello y comenzó a malabarear un pensamiento adolescente. Cayó en cuenta de la sonrisa boba que mostraba hasta que María y Bárbara, sus mejores amigas, se lo hicieron saber con burlonas preguntas. También comprendió de golpe que las risas en el tumultuoso salón para treinta y cinco alumnos no se debían a la usual monería del payaso del salón, sino a aquella mueca soñadora y satinada de una mujercita enamorada. Freya se sintió del tamaño de un grano de arroz, la cabeza y cuello reposándoles entre hombro y hombro tal cual tortuga. Aunque sus amigas le dieron el más caluroso de los abrazos, no podían contener ese brote de la saludable epidemia que es la risa. Ella a final de cuentas no se los reprochó.

María se puso de rodillas en el mesabanco frente a Freya, volteando hacia ella y tomándole las manos con índices y pulgares tersos. Bárbara se acomodó detrás suyo y dejó danzar sus dedos por sus dorados cabellos, recorriéndolos con suavidad y sumo cuidado. Encontró una cana en la cabellera de la enamorada, pero la retiró sin prestarle mayor atención.

-No te preocupes. La verdad es que envidio mucho esa sonrisa que traes. -dijo María con un tono de voz un poco elevado. La bulla continuaba.

El rostro de Freya dibujaba una enorme interrogante.

-Tu expresión. -se corrigió María. –Se necesita de mucho sentimiento para ponerse así.

Freya puso la cabeza de lado sin saber qué decir. Se sonrojó como siempre, ignorando cómo Bárbara fulminaba a los que todavía se reían con sus ojos y actitud de leona, clausurando el circo para el público.

María echó una carcajada al aire y se dirigió ahora a Bárbara. –No tardas mucho en estar igual de embobada. ¿Qué te ha contestado tu galán? -dijo, recibiendo luego un certero pellizco en el brazo al que reaccionó con una interjección y otra risa. Los ojos pasmados de Bárbara surcaron como águila el aula, esperando no encontrarse a Luzardo, el joven de ademanes enérgicos y tanta madurez que le atraía. No hubo señales de él, terminando el incidente con un suspiro de alivio.

La rubia tímida sonrió un poco más. Se vio a sí misma en ese episodio, pero le extrañó la tenue apatía que parecía tener la cándida María hacia el tema. ¿Qué había sido de Efraín? La única manera de saber era, por supuesto, preguntando.

La sorpresa de María ante la pregunta fue artificial; Freya y Bárbara comentarían aquél reaccionar sintético luego.

–Nos hemos seguido buscando uno al otro. -comenzó en lo que se colocaba las manos sobre las rodillas. –Todo va tan a pedir de boca que queremos llevar las cosas con calma, por si acaso.

A Freya y a la ligeramente masculina Bárbara les pareció de lo más irracional. La segunda no tardó en hacérselo notar.

–Si no das el siguiente paso es porque algo llevas en tu conciencia. -bromeó Bárbara mientras tomaba un puñado de los cabellos de Freya para hacer una cola. Las tres compartieron una risa colectiva aunque breve.
María entonces se encorvó sobre el pupitre, haciendo contacto visual con Freya con un poco más de una cuarta de distancia entre sus rostros.

-¿Y cómo encontraste al afortunado? Sólo nos has dicho el nombre, y que no estudia aquí. -dijo con curiosidad Holmesiana. Bárbara, por su parte, se puso de puntitas para que Freya la viese sonreír desde el rabillo superior de sus ojos.

La interrogada tenía todos los deseos de presumir a su enamorado como un trofeo a la perseverancia, la buena suerte y al trabajo duro, pero las palabras se atoraban como cúmulos de aire en su cuello de garza. Tenía que agradecer a sus amigas la paciencia que le tenían cuando de hablar de amores se trataba.

El relato dio inicio después de dos comienzos en falso y un poco de valentía. Jaló oxígeno a sus pulmones y los preparó para la declamación timorata en motivo de su primer intenso amor rosa, suave como afelpada nube veraniega.

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