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lunes, 26 de abril de 2010

Matando Hombres Muertos - Capítulo 5

"Aquí no están ni Joey ni Franco." pensaba Junior Borja hace unos minutos, cuando su débil y asustado ser era tan lento que no podía comprender que lo transportaban al sitio de su ejecución. Momentos después de que Marty manejara varios kilómetros en dirección a la nada, Junior estaba de rodillas en un gran hoyo cavado en la arena, pidiendo piedad a los captores que lo miraban desde arriba. Marty mantenía su expresión de granito y Parco su perpetua expresión de melancolía y aburrimiento.

-¡En serio! ¡No tienen por qué hacer esto! ¡Puedo pagarles! ¡Puedo matar al tipo ese si quieren! –imploraba Junior, la cara enrojecida y la voz debilitada por el pánico. Echó un grito cuando Parco sacó una pistola automática de su cinturón.

-No. Junior. Carajo, deja de chillar. –decía Parco con la emoción de alguien totalmente desinteresado.

El corredor de apuestas chillaba cada vez que el cañón de la Beretta pasaba por su cuerpo, provocando que Parco se hartara, pues ni el seguro de la pistola había retirado siquiera. El asesino de gafas suspiró y comenzó a tallarse el costado de la cabeza con la parte superior del arma.

-¿Qué quieres entonces, que Marty se baje a ese agujero y te mate a golpes? –Parco se cruzó de brazos. -Creo que trae un bat en la cajuela. ¿Traes un bat en la cajuela?

Marty asintió sin decir nada y Junior chilló otra vez al imaginarse el sufrimiento; sin embargo, la falta de conciencia de Parco hacia su vida lo aterrorizaba mas que esa pistola que cargaba. Entonces tuvo una epifanía y entendió que realmente las armas no matan, sino la gente que las porta, gente tan inhumana como Parco Viletti.

-Okey, Junior. La cosa está así. ¿Quieres una bala o quieres el bat? –Parco le lanzó un reojo a su compañero. –No te conozco muy bien, y no soy muy fanático de decirle a la gente qué hacer, ¿sabes? Pero la verdad no hiciste mucho por caerle bien a Marty. Te recomendaría la bala, porque de otra manera nos vas a tener aquí hasta el anochecer. Sabemos tomarnos nuestro tiempo.

-¡--La bala! ¡La bala! –interrumpió Junior de repente. Obviamente detestaba cualquiera de las opciones que le ofrecían, pero no había mayor alternativa. Cualquiera de las dos no podía compararse a lo que le pasaría si intentaba escapar o defenderse.

Satisfecho con su rol de silencioso verdugo, Marty simuló lavarse las manos y fue a esperar al automóvil. Parco, quien todo el tiempo no había soltado su arma, volvió a apuntar el cañón directo al rostro de Junior, quien ya no gritaba, sino que siseaba en mortal, eterna espera del plomo que lo desprendería de su cuerpo y su vida.

El tirador se vio obligado a tomar la palabra.

-No lo tomes personal, Junior. –dijo, tallándose el labio con su mano libre. –La verdad es que creo que todos somos iguales en el sentido de que existimos… o algo así. Pero en la vida, y sobre todo en los asuntos de la familia, hay reglas a seguir; si rompes esas reglas, o si se sospecha que las has roto, mandan a gente como yo para sacarte del juego. Escoge mejor tus amistades la próxima vez.

Tan elocuente como era, Junior no estaba en condición de apreciarlas. Parco supo entender.

-Cierra los ojos, Junior. Ándale.

Y justo cuando los párpados de Junior Borja comenzaban a juntarse, una bala se alojó en su frente, haciéndole caer inerte sobre sus espaldas. Tres impactos mas de bala se depositaron en su torso para no dejar las cosas a la suerte. En un segundo cualquiera, sin celebración ni lágrimas, estaba muerto.

Parco puso el seguro a su pistola y la guardó en su cinturón como siempre. Luego sacó un pañuelo de sus bolsillos que utilizó para secarse un poco el sudor. Marty entretanto sacaba de la cajuela de su carro no un bat, sino una pala que dejó caer sobre el cuerpo sin vida del occiso corredor de apuestas.

Aquella acción no era sólo poética. Aquél era un aviso a cualquiera que buscara entrar en el mundo de la familia Masseria, algún otro joven imbécil y ambicioso buscando una salida de las calles: La incompetencia en todas sus formas es imperdonable y será debidamente castigada.

Habiendo hecho su trabajo con la eficacia que demandaban las circunstancias, Parco y Marty regresaron al Grand Marquis y manejaron en dirección a casa, sus recuerdos del asesinato reciente mezclándose con otros tantos trabajos, volviéndose una gran masa gris de memorias y experiencias inciertas.

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